domingo, 5 de diciembre de 2010

El lago de los cisnes – 29.10.2010

Estoy en el tren de camino a Copenhague. Me espera un fin de semana interesante.

Hoy, viernes, fiesta con Bea y sus amigas. Mañana, sábado, ballet con las chicas en la Ópera.

Estaba planeado desde hace un mes. Compré los billetes para ellas y para mí para agradecerles todo lo que habían hecho por mí desde que llegué a Copenhague. Aún así, la madre, Cristina, se negó en rotundo e insistió en pagar los billetes de sus hijas y el suyo. Así que al final no les pude hacer el regalo que tenía en mente.

La pieza me gustó, aunque no tanto como esperaba. Me pareció que les faltó emoción y pasión a varios de los bailarines. Sin embargo, estoy contenta de haberlo visto y ansiosa por ver La bella durmiente este invierno si puedo. Además, la Ópera de Copenhague es un edificio bellísimo con una decoración exquisita de la que resaltan las lámparas de Swarovski. Está situada en el puerto y desde su terraza superior se ve el centro de Copenhague, con Amalienborg en primer plano.

De todas formas, no es lo importante. La razón por la que escribo es porque el otro día, mientras pensaba en la ópera, el ballet y lo encantada y contenta que estaba por ir a verlo, me acordé de una mujer. Desafortunadamente, no me acuerdo de su nombre, así que llamémosla Mme. Papillon. Pues bien, pensaba en lo que la hice sufrir a aquella pobre mujer que intentó ponerse en el lugar de mi madre durante un mes. Recuerdo que era fea, pero también jovencilla (en el límite)… el caso es que no sé si es producto de mi imaginación o no, pero la imagen que me viene a la cabeza cada vez que pienso en ella es la de una mujer arrugada (debe ser el estado en el que la dejé…).

Esto debió suceder allá por el verano de 2003. Como de costumbre, mis padres me habían enviado a la casa de una familia francesa de la que me quedan escasas imágenes y muchos recuerdos. Llamémosla la familia Papillon.

El hijo era completamente subnormal y aburrido. Gracias a él odié la música francesa durante años hasta que la gente de Les Glénnans me mostró lo que era la música francesa en realidad. Este tipo tocaba la guitarra y tenía las uñas de la mano derecha largas y puntiagudas, mientras que las de la mano izquierda, se las mordía. Si no hubiese sido por él, jamás habría conocido la famosa canción francesa Papillon (que por cierto, fue la que me hizo odiar la música francesa porque sonaba como la del corro de las patatas).

Ella (la niña de mi edad) parecía normal al principio, pero escondía un doble filo de cuidado y, honestamente, entiendo que terminase odiándome. Creo que es la única persona sobre la faz de la tierra que me odia con todas sus ganas. Después de acogerme en su familia durante un mes en Francia, la traté fatal cuando le tocó a ella venir a mi casa. En mi defensa, sólo puedo decir que no nos llevábamos bien y que esa fue la razón por la que no la traté como una amiga cuando vino a mi casa. Me tenía harta.

La hermana mayor, debía ser la más normal de la familia. El único recuerdo que tengo de ella fue el que se enfadara conmigo por fomentar amistades negativamente influyentes. Todo sucedió la noche en la que intenté convencer a la sosa de… Mlle. Papillon de aceptar la invitación al baile por parte de los chicos del pueblo (amigos que YO había hecho durante las pocas semanas que estuvimos allí). Ella estaba un poco confusa, no sabía muy bien qué decir… Para su salvación, apareció su hermana mayor, que parecía tener las ideas más claras, y nos arrastró de vuelta a casa. Bueno… lo de arrastrar a lo mejor fue sólo a mí.

Por un baile… ¡pffff!!! Encima no era cualquier baile… ¡era el baile en honor a la fiesta nacional del 14 de julio! ¡AH! Todo vuelve a mi memoria ahora. No sólo iba a aceptar la invitación de los chicos del pueblo (probablemente cocidos como cerdos), sino que les iba a utilizar para entrar acompañada y luego dar caza a uno de mis múltiples primeros amores de verano. Creo que se llamaba Phillipe… y, gracias a mi interés por dejar plasmado en papel mis fugaces historias amorosas, al parecer tenía los ojos brillantes como el reflejo del sol en el mar, oscuros como el propio océano (a pesar de que fueran marrones, casi negros) y una sonrisa perfecta, probablemente de esas que me vuelven tan loca. Incluso tengo dibujos que hice al volver a la realidad, mi casa. Dibujos en los que salimos besándonos, paseando por la playa, abrazados mirando un atardecer, en una guerra de Paintball y diciéndonos adiós en el aeropuerto (yo con un ramo de rosas y un culo bien definido). Por supuesto, he de confesar que ninguna de las últimas situaciones mencionadas sucedió en la realidad. Siempre he tenido mucha imaginación.

Los padres, lo único que recuerdo de los padres es que eran extremadamente conservadores… un coñazo. Del padre no recuerdo nada y de la madre, sólo recuerdo que me odiaba y que probablemente aún lo haga o me recuerde como a un bicho digno de un buen pisotón.

Después de un verano movidito por la explosión de mis hormonas (estaba loca por tres chicos distintos, uno de ellos mucho más mayor que yo) y mi incesante defensa de mi derecho a tener amigos y amigas de todo tipo (muermos como ellos y porretas como los del pueblo), la madre decidió llevarnos a todos a un espectáculo de ballet local. Yo me negué en rotundo, puesto que no me interesaba lo más mínimo, del mismo modo en que no me interesaba para nada ir a misa todos los domingos con ellos. Fui a Francia para experimentar el modo de vida francés… que ellos fueran una familia ultra católica no es relevante.

Con el cabreo aún encima, me senté una fila más atrás que ellos. La muy zorra se giró y con su cara de pasa me dijo que hablaríamos después del ballet y que esperaba que me gustase. Contestación: mirada asesina. Las luces se apagaron.

Pues me gustó. ¡Qué digo! Me encantó... nunca lo olvidaré. A lo mejor incluso fue por su culpa que siempre haya lamentado no ir a la ópera, al ballet o al teatro más a menudo.

Lamentablemente, nunca pude decirle lo mucho que me gustó y que en realidad tenía los ojos rojos y llorosos por la emoción. Cuando se levantó el telón y se encendieron las luces, después de los aplausos y las rosas, la mujer sentada en frente se volvió hacia mí y me preguntó sorprendida si me había dormido. Mme. Papillon lo escuchó y me dedicó su mirada más sangrienta y asesina.

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